El valle de los veinteañeros

Coge una foto del paisaje actual de Manhattan y juega a las siete diferencias.
No recuerdo cuanto hacía que no entraba a disfrutar de ese fanzine semanal sobre cultura basura (que es la cultura que a nosotros nos gusta) llamado
Servidor es fan, muy fan, de la serie de la Parker.
Recuerdo como tras ver el piloto en Emule Channel, me compré corriendo toda la serie en deuvedeses. Y eso, créanme, no me ha pasado ni con Expediente X.
Para los que aun no hayan disfrutado de ella, no comentaré nada más que es una de las series más divertidas, optimistas (sí, es optimista aunque a veces las pasen putas) y reales (aunque esté protagonizada por cuatro féminas forradas ya mayorcitas que en apariencia sólo se preocupen de vivir bien y despellejar a todo Manhattan) que se hayan rodado jamás.
¿Qué mira Samantha?
Mi talifanismo hacia la columna de este chico aumenta cada vez más según se van sucediendo acontecimientos en la vida del que escribe, hechos que le hacen pensar en lo leído en LMC y en lo vivido por los personajes de la serie.
En eso radica el realismo de Sexo en Nueva York, y es que nos transmite que aunque podamos ser diferentes y más putas que Malena Gracia y María José Galera juntas, todas las personas anhelamos a alguien al que amar y nos llame por teléfono solamente para decirnos lo que le importamos.
Son esos sentimientos que siempre están ahí aunque no lo queramos ver.
Ese Pepito Grillo que te recuerda que eres un capullo sentimentaloide por mucho que se pasen las horas muertas delante del monitor buscando papás para fistearlos over and over again.
Precisamente por esa fijación que tengo hacia los tíos nada jóvenes, me gustó de forma especial el post de AbsolutMe dedicado al capítulo "Valley of the twenty-something boys”. Cuando te van mayores y alguien que se considera perteneciente a ese grupo que tú catalogas como tal (aunque en realidad te molen bastante más horneados) te dice cómo nos ve a los muchachitos que nos pirramos por unas canas y unas patas de gallo, entiendes muchas de las situaciones que se han dado por tu afición a los frutos maduros.
He aquí el escrito palabra por palabra:
Últimamente me han pasado ciertas cosas con amigos que me recuerdan a este capítulo. Nos hacemos mayores y no nos damos cuenta.
No es extraño ir de copas a un bar, conocer gente, pasarlo bien… pero cuando haces la (fatídica) pregunta de la edad, te encuentras que el susodicho nació el mismo año que Almodóvar estrenó “Mujeres al borde de un ataque de nervios” o peor, piensan que Kylie no existía antes del “Fever”!!! Hasta Coca-Cola hace poco sacó una campaña recordándonos lo viejos que somos… (cabrones!)
Entonces se nos plantea una disyuntiva: realmente merecen la pena los yogurines? Es lógico que nos guste la gente más joven. Aunque yo suelo fijarme en gente mayor, por ley de vida no me han faltado ocasiones de comprobar la crueldad del paso del tiempo. Hace unos años estuve saliendo con un chico seis años más pequeño que yo. Todo era genial, nos lo pasábamos muy bien juntos, existía una tensión sexual considerable… pero por más que lo intentaba, era una relación condenada al fracaso. Los intereses eran muy distintos y esto se notaba en cada conversación. Acabamos dejando pasar el verano con una simple llamada diaria mientras estábamos de vacaciones y después cada uno siguió con su vida… era algo que teníamos claro ambos.
Creo que lo que nos atrae de la gente más joven es su capacidad para hacernos sentir bien, contagiarnos su desvergüenza y capacidad para hacer locuras… y a su lado poder volver a comportarnos como si siguiésemos teniendo 18 años (sin mencionar sus culitos y el poder sexual de sus hormonas efervescentes!). Algo que aprendes es que jamás debes pasar al siguiente nivel del flirteo y buscar en ellos un futuro marido: son rapaces del sexo! Del bueno, pero sólo sexo! Ni quiera han pensado en un futuro más allá de los 25! Y uno ya está para tener al menos unas pequeñas vistas de futuro…
En cambio, la gente de mi edad sabe qué quiere y cuándo, lo que crea un conflicto mayor. Con nosotros “es tan complicado como el crucigrama del domingo del dominical, nunca estás seguro de tener la respuesta adecuada”.
La compatibilidad tiene que ser de un grado muy alto para que la relación funcione y los implicados se sientan a gusto sin que ninguno de los dos tenga que ceder y deja paso a los intereses del otro. Y hoy por hoy, nadie quiere ceder y sacrificar tus deseos por el bien de alguien que no sabes cuanto tiempo vas a aguantar.
Como bien dicen en la serie, los babys “son como una nueva droga de diseño y nosotros, consumidores esporádicos”… Aunque pensándolo bien “todos los hombres son una droga, a veces te deprimen y a veces te suben a las nubes”.
Y claro calladito, lo que se dice calladito, no me puedo quedar.
En el texto se habla de lo duro de una relación con seis años de diferencia entre ambos.
Seis añitos… yo sería completamente incapaz de estar con alguien seis años mayor que yo.
No me pregunten el porqué. Me imagino que será debido a que mi cerebro seguramente esté programado para no sentir la más mínima atracción hacia todo espécimen con el que no me separen mínimo diez años de vida, tirando por lo bajo.
Y eso, evidentemente, no es fácil de llevar, aunque con algunas partes de lo expuesto por el camillero no estoy del todo de acuerdo.
Se habla de lo bien que se lo pasa uno con un veinteañero en la cama, de que a nuestro lado todo es una fiesta (llevamos siempre escondida una caja con confeti y matasuegras) y que tenemos la asombrosa capacidad de volver a la gente a su época adolescente, pero que esas relaciones están condenadas al fracaso debido a la diferencia de intereses.
Se puede decir también que volvemos a los tíos gilipollas con nuestras tonterías, pero que follamos de puta madre y que eso compensa todo. Queremos vivir la vida loca, utilizar a los hombres como antes usábamos los kleenex, nos aterra eso del compromiso y más aun con alguien que nos habla de ir a ver a la filmoteca una de Abbas Kiarostami cuando tú en realidad estás pensado en ir a ver el Halloween de Rob Zombie.
Pues yo discrepo.
Cierto es, que te encuentras parejas en las que claramente se dan esos perfiles de maduro que se cree que tiene que actuar como cuando tenía la edad de su yogurín compañero por temor al rechazo, y éste a su vez busca como los locos en el Google algo sobre las cosas raras de las que habla el maduro resultón con el que sale, por miedo a que se piense que está con él para poder seguir echando un polvo en condiciones en una cama decente y que así su vida sexual no se reduzca a una mamada mal hecha entre los coches a las cinco de la mañana con uno de su edad al salir de una discoteca cualquiera.
Aparte de al ostracismo, porque normalmente uno de los dos (cuando no son los dos) está cómodamente instalado en su armario, relegando eso tan necesario y fundamental como es la vida afectiva a encuentros esporádicos en las catacumbas teniendo el morro de llamarlo vida privada; evidentemente con los planteamientos iniciales de los que ambos parten, esa relación está condenada al fracaso.
Pero no es que sean intereses opuestos, lo que ocurre es que las dos partes suponen que deben ajustarse a un rol a seguir para dar al otro lo que espera.
Puede que ninguno se pare a pensar que la mayor expectativa de su compañero es que sea como es. Ni más ni menos.
Si alguien se embarca en una relación pensando en que su pareja tiene que actuar y pensar de forma parecida siempre a uno mismo, o que debe esforzarse por ser como cree que su pareja quiere que sea, más le vale cambiar su planteamiento o empezar a comprar las telas para vestir a los santos de la iglesia más cercana.
Y eso no es por una diferencia de intereses debido a la edad. Eso es montarse en la noria de las inseguridades y prejuicios que siempre tenemos delante, nos guste o no.
Evidentemente, en una relación de maduro y joven suelen darse unas diferencias en la forma de pensar y de ver la vida que sería estúpido negar. Es normal que una persona con lo que el populacho entiende por vida hecha se agobie pensando en que su pareja aún no tiene seguro si es esa la carrera la que le gusta o en que si quieren irse a Londres de puente va a tener que salir todo de su bolsillo. El joven suele pensar en que puede que esté tirando por la borda unos años preciosos y a lo mejor suspira de resignación cuando piensa en lo ideal del plan del sábado con los amigos del novio.
Yo opino que todo lo que puede parecer un obstáculo para el entendimiento debido a la diferencia de mundos y estilos de vida puede transformarse en una experiencia enriquecedora para ambos y en amor verdadero, pero para eso el joven tiene que dejar de verse pequeñito al lado del menos joven, y el menos joven dejar de creerse el padre de su novio (eso pasa mucho). En una pareja los dos tienen que ser iguales y tener el mismo peso para equilibrar la balanza, compensar unas cosas con otras y sobre todo creérsela. Cuando esto sucede, no hay miedo al compromiso.
De lo contrario los dos son unos hipócritas que juegan a no estar solteros… y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Las conclusiones son extrapolables a todo tipo de relaciones, por lo tanto (y aquí tiene mucho que ver ese Pepito Grillo que antes mencionaba) sigo empeñado en creer que una pareja con mucha o poca diferencia de edad es posible, de lo contrario tampoco tendría amigos bastante más mayores que yo (todos muy follables, por cierto).