Semana de tostón

Muchas y muchos se preguntarán el porqué de no actualizar de forma seguida. La respuesta es fácil: no me da la gana de poner chorraditas para tener un blog lleno de contenido, excepto cuando yo vea algo que me parezca gracioso o curioso y los demás lo vean como chorraditas para tener un blog lleno de contenido. Dicho esto, vamos a lo que me lleva a escribir ahora.

Nunca me ha parecido mal el manifestar públicamente las creencias religiosas, es más, lo considero un derecho inherente al ser humano, algo por lo que luchar, aunque yo sea la persona más atea que conozco...
Pero otra cosa son las estaciones de penitencia o procesiones o como se quieran llamar. Bajo la excusa del fervor religioso, mi ciudad se ve invadida de contaminación acústica, de calles cortadas y de fanatismo. Sobre todo de fanatismo. Porque basándome en mi experiencia con la semana santa, lo que sale a pasear por las calles no es sentimiento religioso, es fanatismo hacia una imagen, es como si los cheyennes sacaran los tótem a dar vueltas porque sí, sin que en ellos vieran realmente su significado.
No es más que otro ejemplo de cómo la religión católica se ha convertido en una sucesión de actos sociales. Y no estoy en contra de que se haga, allá cada persona con sus cosas, ¡pero que no me hagan dar un rodeo para ir a mi casa! ¿Por qué no lo hacen en plan romería? En el campo no se molesta a nadie.
Todas aquellas personas que ahora mismo estén pensando que hablo desde el desconocimiento tendrán que saber que yo mismo de niño salí de nazareno unas cuantas de veces en una procesión en cuya hermandad mi padre tiene un importante cargo, y siempre le ha importado más lo lucido que quedaría el paso nuevo, los hermanos que no pagaban sus cuotas, las normas de comportamiento incumplidas durante la mani o que el ornamento a estrenar fuera más imponente que el del resto de cofradías que la labor social que durante todo el año llevan a cabo otros hermanos., por ejemplo. Dejé de salir en cuanto se me terminó la fe (cuando tuve uso de razón)

La semana de (tostón) pasión es una excusa para engañarnos a nosotros mismos diciéndonos que somos católicos, apostólicos, romanos y todo lo que implique ser católico practicante cuando en realidad es una excusa para que la mayoría se permita sacar el primitivo e irracional fanatismo que llevamos dentro, completamente exento de un sentimiento más profundo.
Algunos la defienden argumentando que es en realidad una manifestación artística ligada inexorablemente a la idiosincrasia del pueblo español. No discuto el valor de las tallas, pero sí la tontería de sacarlas de paseo (¿sacamos un Miró?) y lo del folklore patrio es el mismo argumento que esgrimen los aficionados a la tauromaquia para hablar de esa vergüenza nacional y de esa tortura como son los toros.

Toda mi familia adora esta semana, van muy puestos ellos a no perderse ninguna procesión, y me dicen que está muy mal mi forma de pensar y que es poco más o menos que una aberración el que prefiera irme de Córdoba cuando no trabajo a tener que dar un rodeo de 300 metros como tenía que darlo antes para ir a cualquier sitio en la época en la que vivía en casa de mis padres (bendita independencia) pero como soy el rarito de la famila ya están acostumbrados (odio todas las fiestas excepto la feria, que no molesta porque está más o menos apartada y aunque no baile sevillanas, sobre las cuales no daré mi opinión porque ya me estoy pasando hoy, para pasar un rato divertido con los amigos es lo mejor que se ha inventado)
En resumen, lo mejor de la semana santa son los festivos.